¿Es cierto que siempre debemos romper la rutina? ¿Qué tan necesario es buscar en cada momento instantes mágicos y crear recuerdos perdurables? ¿Es la rutina tan mala? Pues pareciera que la sociedad de consumo ha buscado maneras de hacer ver a la rutina como algo que debe ser roto constantemente. En el caso de las parejas para mantener viva la pasión, en el caso de los solteros para esquivar la terrible soledad a toda costa, en el caso de los niños para que no crezcan con estrés y aburrimiento. Debe recordarse, sin embargo, que la sociedad vive de la rutina y no tanto de los momentos mágicos, ya que en ella se encuentra la solidez y disciplina necesaria para que las cosas comiencen a funcionar. Romper con la rutina implica emoción, y la emoción produce que las personas se lancen a gastar dinero y tiempo en actividades pasajeras que tienen en su interior la necesidad de consumo. La búsqueda de felicidad, entonces, no estaría en lo que hacemos todos los días, sino en aquellos espacios en los que salimos corriendo de la rutina.
La rutina es lo más cercano a nuestro deseo de ser eternos. Humberto Giannini dice que la rutina es una "caricatura de la eternidad", un espacio de tiempo que se encuentra alejado de la diacronía, donde se conjugan las cosas como fueron y como son, además de que se configura el cómo serán. No existe tiempo en levantarse, desayunar, cepillarse los dientes, ducharse, vestirse y salir al trabajo. Esto se hace sin importarnos si habrá un mañana, como si fuéramos eternos. Nadie va por la vida lavándose los dientes como si fuera la última vez que lo hace. El problema radica más bien en el disfrute mismo de nuestra rutina, algo que es muy complicado de hacerse cuando la rutina tiene un horizonte de explotación y autoexplotación. ¿Qué pasaría si en lugar de romper con la rutina, se crea una rutina que nos traiga disfrute o un sentimiento de eternización?
La transformación de la rutina depende de muchos factores, pero inicia en el reconocimiento de ella como algo importante de mantener, y no como un elemento que debe ser roto a cada momento. La solidificación de la rutina debe expresarse en términos de lograr un horizonte de felicidad y vida digna, y no de mero cumplimiento o satisfacción de deseos. La idea kantiana de que cumplir con el deber trae felicidad no es del todo descabellada en este contexto, puesto que hacer el bien rutinariamente involucra tener actividades diarias que parecerían aburridas pero permiten alcanzar un bien mayor. Un docente prepara sus clases, llega puntual, cumple con su deber y sale de su clase con estudiantes que saben más que cuando entraron al aula. Una rutina tediosa como el de ir a clases, en realidad, es la única forma de que estos estudiantes sea mejores personas, y si el docente lo entiende, posiblemente consiga plenitud a largo plazo.
El disfrute de una rutina es mucho más importante que romperla, pues vivimos la mayor parte del tiempo en ella, y si la rompemos, que no sea por un momento que se desvanecerá en consumo y objetos de deseo. Volver a la rutina debería ser motivo de alegría y seguridad, dos cosas que la sociedad de consumo aborrece.